jueves, 29 de diciembre de 2011

El Heraldo de la Fe



El Heraldo de la Fe









 Siervo del Señor, maestro, periodista, comunicador, escritor y poeta cristiano, Luis M. Ortiz fue el varón escogido por Jesús para difundir su Palabra. Un personaje que recorrió el mundo sin tregua con una misión evangelizadora.
Tenía un carácter reservado,tímido y discreto, pero fue siempre capaz de ser un siervo sacrificado del Señor Jesucristo, invariablemente valeroso. A lo largo de sus casi 78 años de vida, Luis Magin Ortiz Marrero, fundador del Movimiento Misionero Mundial, se convirtió en uno de los más importantes propulsores y difusores de la Palabra de Dios en los tiempos modernos del Cristianismo. Fue capaz de conjugar la prédica precisa con la acción oportuna, de entregar su existencia entera al Todopoderoso, de seguir con firmeza sus principios y de levantar de la nada una Obra que en la actualidad se extiende por todo el mundo.
 
Nacido el 26 de setiembre de 1918, en la localidad de Corozal, en el norte de Puerto Rico, el reverendo Ortiz entregó la vida en favor de la causa del Altísimo. Apenas a los 10 años de edad, cuando aún residía en la Isla del Encanto, aceptó al Padre Eterno y lo convirtió en su Salvador. Tres años después, iluminado por el Creador, predicó su primer sermón. Luego, al terminar sus estudios secundarios, ingresó a laborar en el diario puertorriqueño El Mundo, donde desarrolló su interés por el periodismo y las comunicaciones. Sin embargo, poco tiempo después dejó todo y se dedicó a estudiar la Palabra de Dios.
 
Rumbo a República Dominicana
Mientras el pastor Ortiz se instruía en el Instituto Mizpa de San Juan de Puerto Rico, la escuela teológica más antigua del pentecostalismo, su unión al Padre se intensificó. Alguna vez recordó que por esos días Dios ya trataba con él y le marcaba que su destino era ser un “misionero de la fe”. Empero, antes de ello, en 1943, desposó a la hermana Rebecca Hernández Colón y consolidó su vida personal. De inmediato, junto a su esposa, se marchó a la República Dominicana para empezar a darle vida al encargo divino: llevar el mensaje de Dios a todo aquel que ignore la verdad celestial.
 
Al cabo de un año, el camino que empezó a dibujar el hermano Ortiz en el segundo país más grande del Caribe tomó otro rumbo para hacerse más sólido y glorioso. Así en 1944, tras doce meses de exitosa labor misionera en la República Dominicana, país que por aquel entonces era gobernado a sangre y fuego por el dictador Rafael Trujillo, Dios lo envió a la Isla de Cuba para concretar la expansión del movimiento evangélico en tierras caribeñas. Los frutos no se hicieron esperar. Enseguida, Dios lo bendijo con la construcción de 23 Iglesias y la formación de un cuerpo de obreros de más de 30 hermanos, quienes junto a él trabajaron sin desmayo para la gloria del Señor.
 
La labor en Cuba
En la Isla de Cuba, a la que sabía que llegaría desde muy joven, el reverendo Ortiz sentó las bases de la evangelización del mundo. Para ello, allí en el archipiélago más conocido del continente americano, recurrió a ingeniosas e innovadoras formas de comunicación para llevar el mensaje cristiano a los paganos. Poco a poco, y guiado por el Espíritu Santo, se transformó en un paladín de la Palabra. Incursionó en la radio, con un programa llamado “Impacto Evangelístico” dedicado por entero a predicar el Evangelio; organizó un sinfín de campañas evangelísticas en carpas ambulantes, fundó un Instituto Bíblico y edificó 60 templos en 16 años de misión evangelizadora.
 
Hombre bondadoso, humilde, espiritual, santo, firme en sus convicciones y viajero incansable, Ortiz Marrero retornó a Puerto Rico en 1960 por mandato de Dios e intentó, sin éxito, convencer a los superiores de su congregación para iniciar una “Obra Mundial” a favor de Cristo. Mas, con el auspicio del Eterno, estableció la Asociación Misionera y Evangelística Latinoamericana Inc. Institución predecesora del Movimiento Misionero Mundial, y desplegó una labor llena de grandes milagros obrados por el Señor. Además fue en este trayecto que creó, en enero de 1961, la revista que hoy usted tiene entre sus manos: Impacto Evangelístico.
 
La fundación de la Obra
Sin Iglesia propia, sin medios económicos, sin respaldo de ningún concilio, pero arropado de una fe enorme, al Pastor puertorriqueño le bastaron 3 años para alcanzar el objetivo trazado por el Salvador. Así el 13 de febrero de 1963 fundó en Puerto Rico el Movimiento Misionero Mundial con la visión de brindarle “el mundo para Cristo” y colocó el punto de partida de la Obra. Sobre el tema, alguna vez, confesó: “esta Obra es de Dios y yo no sabía lo que el Señor se proponía. Es con gozo y gratitud que podemos decir que es Dios quien levantó este movimiento, sin nosotros haberlo intentado, ni pensado; con el propósito de devolverle a la obra misionera, y a la evangelización del mundo, el lugar que Cristo le asignó”.
 
A partir de entonces, desde el empuje y coraje de Ortiz, el nombre de la Obra llegó a millones de personas alrededor del globo terráqueo, se construyeron miles de capillas y templos cristianos, decenas de miles de enfermos fueron sanados, salvados y ungidos del Poder de Dios, se desplegó un trabajo positivo de madurez evangélica, solidez bíblica, estabilidad espiritual, sana doctrina, testimonio limpio y conceptos definidos y transparentes de los valores eternos. Una misión que, con la gracia divina, se mantiene incólume hasta el día de hoy y mira con mucha expectativa el futuro por venir en los tiempos en las que las señales del regreso de Jesús son más evidentes.
 
Padre de dos hijas, Damaris y Priscila Ortiz Hernández, Luis M. Ortiz Marrero fue continuamente una presencia inspiradora e inculcadora dentro del Movimiento Misionero Mundial en los 25 años que lo presidió y dirigió con acierto y éxito. A lo largo de una carrera que abarcó un cuarto de siglo fue líder, guía, predicador, organizador, testificador, adalid y héroe de la fe. Su presencia activa, que supo llegar a 47 países, sobrevive entre nosotros pese a su partida el 25 de septiembre de 1996, en la víspera de su natalicio número setenta y ocho, cuando Dios lo convocó a su reino y lo alejó de la vida terrenal. El final ideal para una existencia dedicada por completo al Señor.
 
Un comunicador innato
Luis M. Ortizno sólo fue un gran heraldo de Dios. Se destacó, también, en el mundo secular por sus innegables dotes de gran comunicador social. Periodista serio y mesurado, poeta agudo e ingenioso, con más de doscientas poesías escritas, locutor prolífico y multifacético, creador de los mejores programas radiales cristianos, prosista profundo, claro y comprensible, tuvo en la Palabra su trampolín ideal para escapar al anonimato y llevar sin escalas el mensaje redentor del Rey de Reyes por los cinco continentes.
 
Sin embargo, más allá de sus innumerables condiciones profesionales, el Rev. Ortiz pasó a la historia de las comunicaciones merced a su quehacer periodístico desplegado a través de las páginas del mensuario “Impacto Evangelístico”. Fue en la publicación oficial del Movimiento Misionero Mundial, encargada de difundir el trabajo evangelístico y misionero, donde su interminable producción se desarrolló sin reservas y permitió que millones de almas desesperadas encontraran el camino a la redención y la vida eterna.

Fuente: Revista Impacto Evangelístico

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