lunes, 9 de enero de 2012

Permaneciendo fieles a los propósitos de Dios

Permaneciendo fieles a los propósitos de Dios
Rev. Gustavo Martínez
Este es un tiempo de grandes responsabilidades, un tiempo de gloria, pero también un tiempo de tomar las cosas con sensatez, con sabiduría y prudencia dentro de la dirección de Dios.
En 2 Samuel 5:10, leemos:“Y David iba adelantando y engrandeciéndose, y Jehová Dios de los ejércitos estaba con él”. Y en 2 Samuel 7:8-9, leemos: “Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: Así ha dicho Jehová de los ejércitos. Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel. Y he estado contigo en todo cuanto has andado, y delante de ti he destruido a todos tus enemigos, y te he dado nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra”.
 
Creo, sin lugar a dudas, que este es un tiempo muy oportuno, de grandes oportunidades en la mano del Señor. Por eso tenemos que proyectarnos hacia el futuro, dentro de la voluntad de Dios. Este es un tiempo de grandes responsabilidades, un tiempo de gloria, pero también un tiempo de tomar las cosas con sensatez, con sabiduría y prudencia dentro de la dirección y del programa de Dios. Hacer lo recto, sin importar las circunstancias difíciles, no es siempre agradable ni tampoco es fácil. Esto se debe a que, cuando estamos decididos a hacer lo correcto delante de Dios, vamos a confrontar un sin número de dificultades, de obstáculos, de montañas que tendremos que cruzar para entonces llevar a cabo los propósitos de Dios. Sin embargo es ahí, precisamente, cuando más fallamos en cumplir los propósitos de Dios, o bien fallamos a nuestros semejantes.
 
Para no fallar, se requiere la ayuda permanente de Dios, la dependencia de Él, pero también se requiere de nuestra parte madurez espiritual, de carácter y de personalidad. Se requiere tener principios claros, definidos, y saber hacia dónde vamos, qué queremos y qué buscamos, a quién queremos agradar, y cuáles son nuestras metas en la vida. Tenemos que tener estos puntos bien claros si no queremos fallarle a Dios. Ahora bien, para no fallar, necesitamos haber nacido de nuevo, haber tenido un encuentro real y personal con Dios. También tenemos que vivir una vida santa, de oración, de devocional, de estudio y de meditación de la Palabra. Esta última es la que nos imparte fuerzas e inspiración para mantenernos fieles en los momentos difíciles de nuestra vida.
 
El Señor le habló a Josué de éxitos, de prosperidad y de victorias incomparables, pero todo aquello estaba supeditado a la obediencia. Dios le dijo que el libro de la ley nunca se tendría que apartar de él, sino que meditase de día y de noche (Josué 1:8). Josué tendría que permanecer en obediencia, en fidelidad y en humildad, y cumplir a cabalidad con los propósitos que Dios le había revelado. ¿Para qué Dios nos ha llamado? ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar? Simplemente, tenemos que esperar hasta que Dios ordene que iniciemos la marcha.
 
Al cumplir con esto, Josué tenía por seguro el triunfo y la victoria contra sus enemigos. No obstante, Josué cometió un grave error, y así comenzó a desgranarse su testimonio como líder. Cuando vinieron los gabaonitas, Josué no consultó a Dios, sino que tomó determinaciones apresuradas (Josué 9). Si Josué hubiese orado, Dios le hubiera revelado que los gabaonitas eran enemigos del pueblo de Israel. Mas Josué pensó que era una persona experimentada, que lo sabía todo, y que no tenía por qué orar cuando algo le parecía evidente e insignificante. Pero esto no es así, por muy insignificante que nos parezca una decisión en nuestra vida, no podemos prescindir de consultar a Dios, y de haber investigado sobre ellos. Las decisiones que tomamos hoy tendrán repercusiones en nuestro futuro.
 
Josué pactó con los gabaonitas antes de haber consultado a Dios, y de haber investigado sobre ellos. Lo hizo por su cuenta y, al día siguiente, se dieron cuenta de que habían hecho alianza con los próximos enemigos que tenían que eliminar. Tuvieron que perdonarlos, y los gabaonitas se convirtieron en un problema para Israel. Los gabaonitas, en efecto, introdujeron la disensión entre los jefes de las tribus. Por eso, mis queridos hermanos, antes de apresurarnos a hablar, a tomar decisiones aunque éstas parezcan insignificantes, vayamos y consultemos a Dios. Si lo hiciéramos, nos evitaríamos problemas y dolores de cabeza, es más, evitaríamos ser una piedra de tropiezo para otros. A veces nuestra impaciencia, la falta de una verdadera vida espiritual y de una relación genuina con Dios nos llevan de cabeza al fracaso.
 
Hay mucha gente que sabe mucho de la Palabra, pero que no conoce a Dios. Muchas personas viven de experiencias pasadas, y se creen que con ellas han adquirido la suficiente experiencia como para prescindir de consultar a Dios. Lo que nos salió bien ayer no nos saldrá forzosamente bien esta vez, si no le pedimos consejo a Dios. A veces, Dios permite situaciones y se queda sin actuar, para probar nuestra paciencia y nuestro grado de espiritualidad. De esta forma, pesa nuestra fidelidad, nuestra limpieza y nuestra lealtad ante su presencia.
 
Para no fallar, debemos de adquirir madurez. El hecho de que hayamos llegado a una edad avanzada, no garantiza que una persona haya alcanzado la madurez espiritual. Al envejecer, los hombres vamos perdiendo la fuerza de carácter que teníamos antes. Lo mismo ocurre en el ámbito espiritual. Al principio, la persona es fiel, agarra las cosas espirituales con fuerza y las levanta. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, se va perdiendo los valores, los principios, la comunión y la vida devocional. Parecía lógico que, al pasar los años, la vida se haya enriquecido con la comunión divina, con una verdadera intimidad con Dios. No es sino todo lo contrario: hay personas que parece como si volvieran a empezar de cero, terminan vacíos, sin unción, sin Palabra, sin vida, sin nada. Se basan en experiencias de veinte o treinta años atrás, pero son incapaces de contarle una experiencia actual. Tenemos que enterrar las experiencias pasadas, y recobrar ese verdor de las experiencias recientes.
 
Hemos de atrevernos a volver a tomar lo que Dios tiene para nosotros hoy. Para esto, necesitamos ser hombres de visión, ver lo que otros no ven y hacer lo que otros no hacen o han dejado de hacer. De esta forma, lograremos hacer lo que Dios nos ha encomendado. Pablo decía: “pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14). En otras palabras, me olvido de ayer y me proyecto hacia el mañana, para ver si logro aquello para lo cual he sido llamado. ¿Por qué a veces no se cumple lo que Dios nos ha prometido? Porque si no estamos mirando hacia el futuro, lo que estamos viendo es únicamente el presente. No tenemos una meta hacia dónde llegar y ningún propósito.
 
¿Cuáles son los deseos de Dios para nuestra vida? ¿Qué entendemos por haber sido llamados, por ser hijos de Dios y haber sido llenos del Espíritu Santo? Para eso, necesitamos tener la mirada puesta en el futuro. Todavía queda camino que recorrer, y el trabajo está lejos de estar concluido. Todavía hay trabajo para nosotros, y Dios quiere saber si puede contar con nuestras vidas. Dios dice: “yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (1 Samuel 2:30).
 
A veces, los hijos de los líderes empiezan a vivir fuera de las normas, y sus padres se dejan llevar por la pereza, como Elí. Sin embargo, cuando el líder pierde la autoridad con sus hijos, esto significa que ha perdido también la comunión con Dios. Cuando vivimos una vida de sometimiento y de obediencia, no perdemos la autoridad que Dios nos ha delegado. Elí les tenía miedo a sus hijos, y ya era incapaz de detenerlos, de excluirlos del sacerdocio, de sacarlos de la casa de Dios y hacer respetar el tabernáculo. Hay quienes dicen que no pueden obligar a sus hijos, éstas son las excusas de una persona débil. Claro que el servicio a Dios no es algo obligatorio para nuestros hijos, pero sí podemos estorbar el pecado en la casa de Dios, incluso la participación en la Iglesia si éstos no viven una vida santa y agradable a los ojos de Dios. Hay quienes dejan que sus hijos hagan lo que les da la gana en el templo, y éstos se toman atribuciones que no les corresponden, hasta ultrajan y menosprecian a los hermanos. Para tenerlos contentos, les dejan que toquen la música, que graben los cultos, o que realicen cualquier otra actividad sagrada, cuando son un escándalo y con su testimonio pisotean la sana doctrina.
 
Siempre me inspira el personaje de David, humilde pastor de ovejas, al que nadie le hubiese ofrecido nada, que hasta su padre lo menospreció y lo hizo venir porque Samuel se lo exigió. Cuando el profeta le ungió, el Espíritu de Dios vino sobre David y nunca se apartó de él. Este joven tuvo la oportunidad de ser el paje de armas de Saúl, una posición que seguramente muchos le envidiaban, pero él se mantenía prudente. Tuvo el privilegio de estar en la corte, en el palacio, de codearse con las altas esferas, pero llegó el momento cuando el rey se fue a la guerra, y a él le olvidaron. David, pues, se fue de nuevo a apacentar las ovejas de su padre en Belén.
 
“Y los tres hijos de Isaí habían ido para seguir a Saúl en la guerra [...] Pero David había ido y vuelto, dejando a Saúl, para apacentar las ovejas de su padre en Belén”(1 Samuel 17:13, 15). A David no le perjudicó el haber estado en la corte, sino que, como si nada hubiese pasado, volvió tranquilamente a su antigua ocupación. Aquel joven con principios claros en su vida; que se había curado contra el orgullo, la soberbia y la arrogancia demostró, no con palabras sino con hechos, que no le importaba su posición mientras servía a Dios. Hay quienes tienen la oportunidad de predicar, de cantar o de presidir el culto, y nunca más vuelven a someterse al pastor. Cualquier nombramiento los daña, los tambalea y los saca de la voluntad de Dios.
 
A veces, Dios permite que volvamos atrás de las ovejas para probar nuestros corazones. Después de que David venciera al gigante, llegaron los problemas y hasta despertaron celos en el rey Saúl, quien intentó matarlo, Saúl entendió que David era quien le quitaría el reino. Pero, en vez de pedirle misericordia a Dios, Saúl se llenó de celos y de resentimientos. No dejó que Dios le limpiara. Esta es la hora cuando, el que está santificado se ha de santificar aún más. Esta es la hora de abandonar lo oculto y lo vergonzoso.
 
David, en cuanto a él, se mantenía sujeto, le seguía respetando y reconocía su posición a pesar de lo impío que Saúl se había vuelto. Podía haberse defendido contra los intentos de asesinato de Saúl, pero se quedó a la espera de aquellas cosas que Dios le había prometido. David esperaba el momento divino. Al principio, Saúl puso a David entre los generales, pero también empezó a temerle y le degradó, haciéndolo pasar de general a jefe de miles. Luego, le quitaron su esposa, dándosela a otro. No obstante, Jehová seguía con David, y éste último no se sintió afectado por los cambios de parecer del rey, y se mantenía humilde ante Dios. El problema de Saúl contra David era que el primero entendía que David era el hombre que le quitaría el reino, de ahí nacía esa raíz de amargura contra él. David era una amenaza para Saúl, por lo que éste le hizo prometer a David que no raería a su descendencia de la tierra. Sin embargo, aunque David tuvo varias veces la ocasión de matar a Saúl, nunca se atrevió a levantar la mano contra el ungido de Jehová. David no quería violentar la autoridad establecida por Dios, sino que dejaba que Dios actuara.
 
Esta es la gente que Dios busca: temerosa, que no se mueva ni ceda ante las presiones, sino que permanezca en la limpieza de sus manos. Saúl lo perdió todo por ser un impaciente, no esperó a que llegara el profeta, sino que, de su propia iniciativa, sacrificó los holocaustos. Saúl se preocupaba porque el pueblo se estaba impacientando y querían desertar. Por no haber esperado tres horas. El rey Saúl perdió la afirmación de su reino para siempre. No creía que Dios era quien lo había llevado allí y que, aunque todo el pueblo le dejara, Dios permanecería a su lado. No te impacientes ni te dejes llevar por lo que la gente pueda decir. Si Dios te ha puesto en espera, no te muevas por tu propia iniciativa. Mira con fe al Señor, agárrate a sus promesas y dile que si Él te ha llevado a ese desierto, te dará la victoria y no te entregará en manos de tu adversario.
 
Quizá hay vientos contrarios en tu casa, pero no te muevas. Quédate a la espera de lo que Dios va a hacer. No te precipites, no desistas, mantente firme. Iglesia del Señor no abandone el propósito del Señor; Obrero de Dios espera en Él, no te dejes arrebatar la victoria, retén lo que tiene para que nadie tome tu corona. Estás a punto de llegar, ya se siente la victoria.
 
Amado, no se mueva de la posición que Dios le ha dado, espere en Él, y Él hará. Sea fiel en medio de las pruebas, de la adversidad y de la tentación. No importa lo que el enemigo diga de su persona, o que los demás le tengan en poco. Su recompensa está de camino, espere un poco más, aunque el camino le parezca duro, no se rinda. Dios le continúe bendiciendo.

Fuente: impactoevangelistico.net

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