lunes, 23 de enero de 2012

¿Mantendremos nuestra fidelidad o desertaremos?


¿Mantendremos nuestra fidelidad o desertaremos?
Rev. Gustavo Martínez Garavito
El amor de Dios tiene que derramarse en nuestro corazón, así mantendremos nuestra fidelidad al Señor y no desertaremos jamás.
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo… que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor… Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia.” 2 Timoteo 4:1-10.
 
Vivimos en un tiempo muy difícil, cada quien busca lo personal, y encontramos tanto en el A. T. como en el N. T. a personas que un día se iniciaron en este camino y parecían que iban a permanecer hasta el final; pero aunque tuvieron un buen comienzo, lamentablemente tuvieron un triste final; por eso siempre se nos dice que pongamos nuestra mirada en el Señor y no en las cosas que perecen. El Señor amonestó al apóstol Pedro cuando este quiso persuadirle, que tuviera compasión de sí mismo y que no fuera a Jerusalén sabiendo que le esperaban para matarle, pero el Señor tuvo que reprenderlo y decirle: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.” (Mateo 16:23).
 
Es decir, Pedro no entendía, su mirada no estaba en el Señor, estaba pensando en el bienestar terrenal, estaba pensando en las comodidades, y por eso se equivocó grandemente y trató de persuadir al Señor a que no siguiera adelante, que más bien tomara otra ruta, que evadiera el sufrimiento y la muerte. Ahí estaba el enemigo de nuestra alma, Satanás, utilizando a Pedro para que el Señor no diera su vida por nosotros, pero el Señor fue explícito, dijo que había que poner la mirada en las cosas de arriba, que nuestra mirada debía estar enfocada en Dios.
 
Por eso muchas personas que empiezan este camino, aparentemente son fieles un tiempo, y hasta prosperan en lo que hacen, y le hacen creer a todos los demás que fueron hombres y mujeres de Dios, pero por los frutos uno se da cuenta que han desistido, que se han desviado, se han descarriado, que se salieron del camino, porque fueron tras el lucro, fueron tras las ventajas personales, su mirada estuvo aquí en lo terrenal. El Señor dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame.” (Marcos 8:34). “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.” (Lucas 9:62).
 
El apóstol Pablo tuvo que escribir esta carta y yo creo que con tristeza, no por el hecho de que estaba a punto de ser sacrificado, sino de ver a tantos que se iban y aquí en particular nombra a Demas, uno que había sido su colaborador, su ayudante, su compañero de milicia, uno que había trabajado al lado de hombres de Dios, de hombres fieles. Pablo dice: “Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo…” (v.10); está diciendo: “Demas desistió, no solamente como mi compañero, como mi ayudante, como mi amigo, fue más fuerte su amor al mundo que el amor al Señor, amó más al mundo que a la Palabra, abandonó los caminos de Dios, tristemente por amar este mundo”.
 
El apóstol Juan dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo.” (1 Juan 2:15); no hay que amar al mundo, el amor de Dios no está en el mundo ni en el sistema que tiene este mundo. El que ama el mundo no puede permanecer para siempre, la Biblia dice: “Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1 Juan 2:17). El apóstol Pablo es buen ejemplo de perseverancia, de fidelidad, de constancia, es un hombre que se atrevió a decir: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” (1 Corintios 11:1); él se propuso a seguir las pisadas del maestro.
 
Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gálatas 2:20); “pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo…” (Filipenses 3:7-9). Pablo era un gran ejemplo, era un hombre sincero; antes de su conversión era un hombre soberbio, perseguía a la Iglesia por su celo religioso, y creía que servía a la causa del Señor, pero estaba equivocado. Hay mucha gente que tiene religión, pero Cristo no vive en ellos, por eso atropellan y difaman la obra de Dios, porque creen que están sirviendo a Dios, pero en realidad sirven a sus propios intereses y sirven al diablo.
 
Este hombre desde el momento de su conversión entendió que lo que antes seguía era una religión. Un resplandor del cielo vino sobre él, y cayó en el piso y tuvo que reconocer que se había encontrado con el Señor, e inmediatamente le dijo a Dios: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). En otras palabras: “Aquí estoy, me rindo y me dispongo a tu servicio, ¿en qué puedo serte útil? Aquí estoy para servirte”. Y el Señor le ordenó que se levantara y que fuese a la ciudad, y se le dijo lo que tenía que hacer, y Dios envió a un hombre para que le hablara y orara por Pablo, este fue Ananías; y entendió que ya no podía vivir la vida de antes porque ahora era una nueva criatura, y por esa experiencia propia dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17).
 
Pablo dice: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.” (2 Timoteo 4:6-7). Es como si estuviera diciendo: “Me enfrenté al diablo, me enfrenté al mundo, me enfrenté a mis propios deseos, contra mi propia carne y gané la batalla; peleé contra esos enemigos poderosos, pero los vencí, porque todo lo puedo en Cristo que me fortalece, porque con Cristo soy más que vencedor”.
 
Por eso también dijo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?… ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 8:35-39). Cuando se pelea contra los poderes del infierno, contra el mundo y la carne, esa es la batalla que hay que pelear, no hay que pelear a favor del mundo, ni en contra de la sana doctrina. El apóstol está diciendo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera”, como diciendo: “Inicié esta carrera, estoy llegando al final. No soy un desertor, no soy un traidor, no me he desviado, he enfrentado al diablo, he enfrentado a los enemigos, he enfrentado al infierno, pero aquí estoy terminando esta batalla con fidelidad, como los valientes, con un final precioso”.
 
Luego dice: “He guardado la fe”, he guardado la Palabra, he honrado a Dios, he sido fiel a Dios. Y continua diciendo: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, Juez justo en aquel día, y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.” (2 Timoteo 4:8). Pablo no era el único, habían muchos que no claudicarían, que no importaba la persecución, que no importaba si les iban a cortar la cabeza, que no importaba lo que viniera en contra de ellos, serían capaces de llegar al final honrando a Dios y honrando Su Palabra, teniendo un final dichoso.
 
Demas tuvo un comienzo prometedor, porque llegó a ser colaborador o compañero del apóstol Pablo (Filemón v.24), fue compañero de Lucas (Colosenses 4:14), todo eso nos lleva a pensar que Demas tuvo un buen comienzo. Porque tenía capacidades, porque se mostraba que amaba a Dios, que amaba el ministerio, y que amaba la obra de Dios, y creo que también sufrió, que padeció necesidades, que fue menospreciado, que tal vez fue perseguido, hasta golpeado e incomprendido. Y se le comenzó a dar oportunidades y a ocupar lugares de privilegio porque se le veía fiel, pero en él había otros intereses, había otras motivaciones que luego las mostró.
 
La Biblia nos habla de la mujer que quebró el frasco de alabastro y de nardo puro, leemos: “Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella.” (Juan 12:3-6). Nadie humanamente se daba cuenta de la mala condición de Judas, porque Judas se había perfeccionado en el arte de la hipocresía, aprendió a ocultar sus verdaderos motivos y daba la apariencia de que amaba a Dios, de que amaba su obra y de que amaba a los pobres; pero él se amaba así mismo, sólo buscaba sus propios intereses.
 
Pablo esperaba algo de su amigo, de su colaborador, que tantas veces lo había presentado como un hombre de Dios, esperaba que en sus momentos finales estuviese a su lado, hubiera sido un apoyo, hubiera sido una inspiración, por lo menos hubiera venido a él con una palabra de aliento, pero, ¿qué hizo Demas? Abandonó al apóstol, abandonó al amigo, y se fue amando este mundo, es que su corazón no era fiel. La Biblia nos dice que cuando Israel debía darle frutos a Dios, debía mostrarle gratitud, Israel le dio la espalda a Dios, le pagó con la moneda de la ingratitud, lo dejó a Él y se postró a los ídolos, se prostituyó con los baales; dijo el Señor: “¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres?” (Isaías 5:4). El Señor esperaba fidelidad de parte de su pueblo, hizo todo lo que estuvo a su alcance, pero le dio uvas silvestres, frutos conforme a su corazón.
 
El apóstol Juan dice: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifieste que no todos son de nosotros.” (1 Juan 2:19). No se hubieran apartado, no nos hubieran dejado, no hubieran cambiado la santidad, no hubieran cambiado la sana doctrina, no hubieran cambiado esta gloria, esta armonía, este poder, este impulso, esta visitación, no la cambiarían porque tendrían el corazón rendido al Señor. Para poder terminar bien este camino hay que rendirse a Dios, hay que renunciar a los deleites temporales, hay que renunciar a la gloria de este mundo, hay que hacer morir lo terrenal. Si su amor no es por el Señor, sino por las cosas del mundo, un día desistirá, un día desertará, un día se irá tras este mundo.
 
En cierta ocasión Pedro le dijo al Señor: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.” (Mateo 26:33-35). Pedro se lo estaba diciendo con su propio amor, no con el amor ágape, no con el amor de Dios, Dios no quiere que le amemos con nuestro amor, no con el amor filial, es con el amor ágape, con el amor de Dios, y ¿cómo puede estar el amor de Dios en tu vida o en mi vida? Tiene que haber sido derramado primero por el Espíritu Santo, el amor de Dios tiene que derramarse en el corazón. Así mantendremos nuestra fidelidad al Señor y no desertaremos jamás.

Fuente: impactoevangelistico.net

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