martes, 10 de abril de 2012

Bruchko

Bruchko

Libro autobiográfico del misionero norteamericano Bruce Olson, el primer hombre blanco que se internó en la selva colombiana y convivió con la peligrosa tribu motilona. La primera edición se publicó en 1970 con el título: "Por esta cruz te mataré".
Bruce, desde muy joven, se deleita­ba en leer los textos de la Biblia en griego, hebreo y latín, pero siempre estaba en su corazón el ardiente deseo de conocer a Dios personalmente. Un día le entregó su vida a Él, y comenzó a visitar una Iglesia evangélica. Olson, soñaba con convertirse en un reconocido lingüista, pero Dios tenía otros planes para él: aquel joven alto y delgado, de cabellos rubios y ojos azules, predicaría el Evangelio en la selva suramericana. A sus cortos diecinue­ve años, viajó a Venezuela, sin el apoyo de la “Junta de Misiones”, ya que no había sido aceptado, pero el Señor nunca lo re­chazó.
 
-¿Has oído hablar de la tribu de los motilo­nes?- me preguntó. Nuestra conversación fue fructífera. Descubrí entonces por qué Dios me había guiado a Suramérica. “El primer contac­to que hubo entre los motilones y la civilización ocurrió cuando ellos nos atacaron con sus fle­chas- dijo Nieto-. Nadie ha aprendido jamás la lengua de los motilones, ni se ha acercado lo suficiente como para describir sus costumbres. Los motilones viven en una zona selvática en la frontera entre Colombia y Venezuela”, añadió. “¿Qué puedo hacer yo por un grupo de indíge­nas primitivos y salvajes?”, me pregunté. Pero no importaba lo que pensara, sabía que Dios quería que fuera a ellos.
 
El rechazo de los motilones hacia los hombres blancos se debía a que las gran­des compañías petrolíferas norteame­ricanas estaban muy interesadas en el territorio motilón y buscaban adueñarse de su “hogar”. Olson, sin embargo, tenía otras intenciones, pero sería sumamente complicado demostrarles a los motilones que aquel hombre blanco era inofensivo para ellos. En su primer intento, llegó a la aldea de los yukos, en donde casi es asesinado.
 
-Señor Dios -dije-, ¿Cuánto tiempo va a continuar esto? ¿Tengo que pasar por este su­plicio? - Me imaginé un futuro lleno de tor­turas, de incapacidad para comunicarme y de muerte. Entonces sucedió algo extraño. Fue como si me hubieran derribado de un tremendo golpe. Me pareció ver a Jesús en la cruz. Co­mencé a llorar. -Oh Jesús -dije asombrado y te­meroso-, esto es lo que tú tuviste que soportar. ¡Nosotros debimos parecerte tan sucios como estos indígenas me parecen a mí! ¡Cuán insen­sato debió parecerte nuestro odio! Me quedé tendido. -Señor, te daré lo que pueda. Te daré mi fuerza, mi vida. Aguantaré cualquier cosa, toda dificultad. Moriré incluso si me permites hablarles de tu Hijo a los motilones.
 
Solo un año después pudo pisar territo­rio motilón, en donde su recibimiento sería no menos sangriento. Como ya conocía a los yukos, les preguntó si podían condu­cirlo, pero nadie se atrevía a arriesgar su vida. Los motilones al verlo acercarse, lo hirieron con una flecha y fue conducido hacia una aldea. Bruce se sentía débil, en­fermo, con una fuerte infección y su estó­mago devolvía los gusanos que le daban por comida. Una noche decidió escapar, fue confundido con un guerrillero comu­nista y conducido a Bogotá. Sin embargo, al poco tiempo regresó. Los motilones, en esta ocasión ya no lo atacaron, sino, que, parecían divertirse observando aquel hom­bre blanco, su abundante vellosidad y su peculiar vestimenta. Pasó mucho tiempo hasta que aprendiera el dialecto motilón, era complicado y descubrió que era una lengua tonal. Bruchko, como lo llamaban los motilones, ya podía comunicarse con los indígenas y se preguntó cómo podía él hablarles de Jesús sin que eso afectara sus costumbres y creencias.
 
Sabía muchas cosas acerca de las creencias de los motilones, pero nada que yo les conta­ra de Jesús tendría sentido para ellos. Eso era lo que hacía todo hombre blanco. Nunca se ajustaría al estilo motilón. ¿Qué sucedería si alguno entregaba su vida al Señor Jesús? Pero necesitaban a Jesús. Era obvio. ¿Cómo podía yo darles a conocer a Jesús tal como él es, indepen­dientemente de mi personalidad y mi cultura? Incliné la cabeza. El sol me quemaba el cuello. “Oh Jesús -oré-, esta gente te necesita. Revéla­te a ellos. Quítame de en medio y háblales en su propia lengua para que puedan saber quién eres. Oh Jesús, hazte un motilón”.
El hombre blanco de corazón motilón, aprendió a pescar, a cazar, y fue adaptán­dose al estilo de vida de aquellos simpá­ticos indígenas. Pero, en especial, se hizo amigo de un motilón llamado Bobarisho­ra, o Bobby, como lo llamaba Olson. Eran como hermanos, y fue el primero en en­tregar su vida a Jesús. Su cambio fue un contundente ejemplo para los demás indí­genas, pero buscar las palabras correctas que reemplazaran a las que Bruce conocía, era un arduo trabajo. Un claro ejemplo de ello, es el siguiente párrafo, en donde Bo­bby quiere “atar las cuerdas de su hamaca a Jesús”, o sea, quiere entregarle su vida a Jesús y dejar que él conduzca su vida.
 
-Bruchko -dijo-, yo quiero atar las cuerdas de mi hamaca a Jesús. ¿Cómo puedo hacerlo? No lo puedo ver ni tocar. -Has hablado a los espíri­tus, ¿no es cierto? -Le recordé inmediatamente. -Ah, ya entiendo -dijo. Jesús es un espíritu. Al día siguiente estaba muy risueño. -Bruchko, he atado las cuerdas de mi hamaca a Jesús. Ahora hablo una nueva lengua. No entendí lo que Bo­bby me quería decir. -¿Has aprendido algo de español? Se rió con una expresión clara y dulce. -No, Bruchko, hablo una nueva lengua. Enton­ces comprendí. Para un motilón, la lengua es la vida. Bobby gozaba de una nueva vida y una nueva forma de hablar. Su habla estaría orien­tada a la comunicación con Jesús. Echamos el brazo de cada uno sobre el hombro de otro. Mi pensamiento retrocedió al día en que tuve un “encuentro” con Jesús, y a la vida que fluyó en mi interior. Ahora mi hermano Bobby experi­mentaba a Jesús de la misma manera. Había comenzado su andar con Jesús. -¡Jesús ha re­sucitado de los muertos! -gritó Bobby; el sonido penetró en la selva-. Él ha recorrido nuestras sendas. Lo he encontrado.
 
Con la conversión de Bobarishora, mu­chos motilones recibieron a Jesús en su corazón. Reemplazaron sus cánticos pa­ganos por alabanzas a Dios, empezaron a preocuparse por su prójimo, dejaron las bebidas fermentadas, empezaron a asear­se y desinfectar sus aldeas. El cambio fue muy evidente, y pronto las tribus aleda­ñas también conocieron del amor de Cris­to, gracias al testimonio de los motilones. Ocurrieron muchos milagros: los enfermos eran milagrosamente curados, las epide­mias se extinguían, los espíritus demonia­cos que se alojan en lo profundo de la selva eran ahuyentados con los cánticos de los motilones. El mundo estaba siendo testigo de un verdadero cambio en los indígenas suramericanos, y su progreso se debía a un encuentro personal con Dios.
 
Con todo, el mayor milagro de que he sido testigo fue la transformación ocurrida en las vidas de los motilones. Ellos han encontrado su razón de vivir en Jesús. A raíz de esta nueva vida han rechazado el individualismo que les impedía ayudarse unos a otros. Actualmente se preocu­pan por los demás; se sacrifican verdaderamente. Este cambio ha hecho posible su desarrollo tanto económico como espiritual. Cuando no tenían esta actitud, sus planes siempre fracasaban. Ahora se estaban resolviendo sus problemas.
 
Pese al notable adelanto de los motilo­nes, todavía existía un perenne peligro que atentaba contra su tranquilidad. Los colo­nos, buscaban adueñarse de las tierras mo­tilonas, y una de las víctimas de esta inhu­mana guerra declarada a los indígenas, fue Bobby, quien fue cruelmente asesinado a manos de ellos. Bruchko sufrió muchísimo al enterarse de la muerte de su hermano de pacto y todo el pueblo motilón derramó lágrimas de extremo dolor por el falleci­miento de uno de sus líderes.
 
El círculo de motilones se inclinó y se des­hizo poco a poco. Vi algo que nunca había visto entre los motilones: la gente se tapaba los ojos y lloriqueaba. Ocdabidayna se acercó a mí, inten­tando sonreír. Mira a todos nos ha afectado la gripe -dijo. -No -le contesté-, no es gripe lo que tenemos; no es gripe. Entonces Ocdabidayna, uno de los principales jefes, se llevó las manos a la cabeza y cayó al suelo. -Bruchko -dijo mi­rándome-, no soy un hombre. Soy un niño, un niño pequeño. Solo los niños lloran. Su dolor conmovió a los motilones de como nunca antes. Corrieron a la jungla para ocultar sus lágrimas unos de otros. -Bruchko -dijo Ocdabidayna-, Jesús murió por todas las tribus del mundo. Bobby es casi como él: murió por los motilones.
 
Bruce Olson ha dedicado más de 30 años al servicio de los motilones. En cierta ocasión fue capturado por el Ejército de Li­beración Nacional, pero fue liberado nue­ve meses después, gracias a la insistencia de sus amigos motilones. Dios envió desde el otro extremo de América, un misionero sin preparación, pero de un gran corazón, y gracias a él, dieciocho tribus han cono­cido a Jesús y su amor transformador. En la actualidad, existen muchos jóvenes in­dígenas profesionales que trabajan en las cuarenta y cinco escuelas bilingües en la selva, en los más de cincuenta centros de salud, en cuarenta y dos centros agrícolas y en el proyecto del primer periódico in­dígena multilingüe. Y como mencionó en cierta entrevista un motilón llamando Ara­badoyca: “Todo esto se debe a Saymaydo­dji-ibateradacura (Dios)”.

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